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ROMPIENDO CON EL AMOR ROMÁNTICO

  • Foto del escritor: Tatiana Duque
    Tatiana Duque
  • 1 mar 2018
  • 4 Min. de lectura

Ilustración: www.gamba.cl



Crecimos lejos de la tierra y la mugre, con Barbies, cuentos de princesas y cocinas de mentira, mientras los niños leían comics, jugaban a los súper héroes y soñaban con salvar el mundo. Algunxs lo llaman el orden natural de las cosas, yo le llamo adoctrinamiento.


¿Han escuchado eso de “las mujeres son seres de amor”? Chicas, suena lindo pero esa frase no es un halago, es un mito. Nos adjudicaron sin preguntarnos el poder de los afectos. Es lo que Jane Baker Miller llama afiliación servil: la mujer mantiene, erige y se desarrolla en un contexto de vínculo y afiliación con los demás. Somos proveedoras de amor, más no sujetos. Estamos “hechas” para dar y ellos para recibir. Y es aquí donde aparece el amor romántico.

El amor romántico es una construcción social y cultural con una gran carga machista y dispar. Lo aprendemos e interiorizamos a través de agentes de socialización como nuestra familia, la religión, la educación que recibimos, en los cuentos que nos leyeron, en los juguetes divididos por géneros, en las frases adoctrinantes que escuchamos, en la tele, en las pelis, en la literatura, en la publicidad.


Mediante este ideal/mito se nos educa imponiendo como única relación posible la heterosexual y para reprimir nuestra sexualidad enseñándonos que el estímulo sexual proviene del exterior y no del propio. Se le asigna al género “mujer” la calidad de feminidad, concepto que remite a la abnegación, a ponerse al servicio de los otros, a la capacidad de entrega, a la postergación y renuncia de los deseos y proyectos personales y a la sobrevaloración de la pareja y la familia.


La realización autónoma no es suficiente si no hemos encontrado el amor. Para la sociedad una mujer independiente, empoderada y feliz no está completa si no tiene una pareja, y más vale que sea un varón. Se nos ubica en un lugar de carencia o de necesidad, instruyéndonos sobre la importancia del amor de los otros en la construcción de nuestra propia identidad.


ROMPIENDO MITOS

El amor se nos muestra como algo que simplemente pasa. Algo ajeno a nuestra voluntad y a nuestra razón, esto puede explicar la incapacidad (ficticia) de manejar nuestros sentires y ponerle freno a relaciones que nos hagan daño. Lo cierto es que nuestros sentimientos amorosos están influidos de manera decisiva por factores socio-culturales y, como no decirlo, por nuestra razón.


La media naranja no existe. No hay en el mundo alguien irremediablemente predestinado para nosotras que llegue a “completarnos”. Esta creencia puede llevar a una tolerancia excesiva en el marco de una relación, al considerar que siendo la pareja ideal hay que permitirle más o esforzarse más para que las cosas vaya bien. Ningún ser humano es la mitad de otro. Mujeres y varones somos completos per sé.


Vamos al famoso “el amor lo puede todo”. Esta “máxima del amor” es una de las razones por las que a muchas de nosotras nos cuesta salir de relaciones violentas y tóxicas. El amor NO tiene ningún poder mágico, NO rehabilita machos ni golpeadores, y NO acepta el “aguante”. El amor NO es infelicidad.


Sigamos. Desde pequeñas jugamos a ser mamás, princesas en espera de “nuestro” príncipe azul y soñamos en algún momento de nuestras vidas (aunque después tal vez recapacitemos) con una propuesta de matrimonio. Crecimos con la creencia en que la pareja es algo natural y universal y se convierte en la “meta” sobre la cual giran nuestros demás proyectos de vida. Tener pareja, independiente del género, es UNA EXPERIENCIA MÁS que convive a la par con las demás.


“Si te cela es porque le interesas”. ¿Lo han escuchado? Los celos son un acto de dominio y control sobre lo que se considera propiedad privada. Acudiendo a este mito se justifican comportamientos represivos, egoístas e incluso violentos. Si alguien te cela NO es amor.

La unión, obligatoria, entre amor y sexualidad en una relación de pareja. Creer que son equivalentes nos lleva a pensar que el sexo se debe dar si y sólo si estás en pareja. Esta equivalencia se relaciona con la idea de monogamia, que viene del cristianismo, sosteniendo que la finalidad única de las relaciones sexuales es la procreación. Por esto nos dicen putas si decidimos sobre nuestra libertad sexual sin ningún compromiso.


CONSTRUYAMOS NUEVAS FORMAS DE AMOR


Tenemos un gran compromiso con nosotras mismas: aceptarnos como sujetos independientes y empoderados. No somos la costilla de nadie. Esto nos lleva, irremediablemente, a un trabajo de desalojo; el varón tiene que dejar de ser el garante de nuestra identidad y nuestros deseos. Ese lugar es nuestro.

Las relaciones sanas son una elección, que dependen de la deconstrucción de los mitos internalizados, para entender que el amor se elige, se construye, y no, no lo puede todo. El amor es una negociación y para negociar es necesario reconocer y asumir lo que Marcela Lagarde llama nuestra ciudadanía.

Internalizar nuestra ciudadanía implica varias condiciones: conocernos y aceptarnos; asumir que la protagonista de nuestra vida es cada una de nosotras, de otra manera será conducida por quien dejemos que la protagonice; dejar de creer que alguien “nos eligió entre tantas mujeres” y comenzar a ELEGIR (teniendo presente siempre que NO estamos obligadas a elegir); conocer nuestros derechos y vivirlos sin esperar que alguien los reconozca; autoconcebirnos como PARTE de un pacto (la relación amorosa) en igualdad de condiciones; ser sujetas del amor y no sólo proveedoras.


No hay una fórmula, ni nada está dicho, es una constante deconstrucción.

Parafraseando a Lagarde tenemos derecho al amor no enajenante, que no nos defina ni nos haga ajenas al sentido de nuestra vida y que no nos expropie de quienes somos. Si vamos a amar mucho, que sea a nosotras mismas.



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