EN CASO DE MICROMACHISMOS CORTAR POR LA LÍNEA DE PUNTOS
- Tatiana Duque
- 14 ene 2019
- 3 Min. de lectura
Las mujeres hemos vivido desde siempre (o al menos desde la colonización) en una falocracia. Somos gobernadas por hombres e instruidas en las artes que atañen al rol débil y sensible, que nos fue definido en razón de nuestro sexo. Nos dicen desde pequeñas que no debemos asumir riesgos (dejémosle eso a los niños, son más fuertes), que nuestras aptitudes femeninas se desarrollan mejor en los ámbitos de servicio y cuidado que en los de decisión, que las mujeres son de la casa y los hombres de la calle.
El patriarcado ejerce su dominación a través de acciones que por ser consideradas normales pueden llegar a pasar desapercibidas; creer que ellos ayudan con las tareas domésticas (en lugar de definir que colaboran), tener que sentarte en la punta de una silla porque el hombre abrió tanto sus piernas que redujo el espacio, la absurda historia del príncipe azul que salva a la princesa desvalida, la idea de amor idílico y entregado de la mujer hacia el hombre, el azul para los chicos y el rosa para las chicas, llamar de “loca”, “mandona”, “gritona”, “exagerada” a una mujer que tiene una posición de poder y hace su trabajo para despojarla de su autoridad, llamar puta a la que decida vivir su sexualidad libremente y elogiar al varón que hace lo mismo.
El terapeuta argentino Luis Bonino acuñó el término de micromachismos en 1990 en referencia a “pequeñas tiranías, violencia blanda, suave o de baja intensidad. Es un machismo invisible o partícula “micro” entendida como lo capilar, lo casi imperceptible, lo que está en los límites de la evidencia”. ¿Existe la violencia blanda? ¿Quiere decir esto que por ser una violencia “casi imperceptible”, no hace daño?
Convengamos: el machismo permea por completo la atmósfera de nuestra sociedad. Lo respiramos, lo hablamos, lo vivimos. No existe un machismo micro, si se mira con el lente de género. Lo normalizado produce un daño sostenido a la autonomía de la mujer que se agrava con el tiempo. Hay machismo en los silencios, en los partenalismos, en el ninguneo, en el mal humor manipulativo, en el lenguaje.
La visibilización del acoso callejero como abuso machista es un primer paso. El eufemismo “piropo” se puso en duda cuando entendieron que el consentimiento es el eje claro y central que diferencia un coqueteo MUTUO de un acoso. Y aunque en muchos países todavía no esté tipificado, al menos como una contravención, y a muchos varones les cueste todavía entender que las mujeres no somos un bien público, que las calles también nos pertenecen y que un no es un no, se abrió un debate que aún no termina, y lo más importante, que señala y denuncia.
El uso del lenguaje también tiene gran incidencia en la perpetuación de la desigualdad. El lenguaje puede ser tan inclusivo o exclusivo como queramos; la manera como nos expresemos puede reforzar la postura endocéntrica de una forma muy sutil porque faltan matices, porque se invisibiliza a la mitad de la sociedad o simplemente se le quita el estatus de ser(1) al tiempo que son la representación de la mujer como posesión del hombre.
Los “micro” machismos son sutiles, sí, pero son, en el fondo, la base de la violencia de género donde el otro no tiene ningún valor. Esto también se evidencia en la política. La democracia nos subordina y no nos otorga la posibilidad de cambiar nuestras condiciones reales, porque considera que no estamos preparadas (no lo suficiente) para ocupar lugares de poder y decisión. No estamos representadas, y por tanto, quienes siguen discutiendo y decidiendo por nosotras son los hombres.
Evidenciar y descalificar estos machismos es vital no sólo porque son la base de toda una estructura de violencias que debe ser desarticulada y cuya máxima expresión es el femicidio, sino también porque está tan naturalizada que actúa como agente socializador del amor romántico y de los roles de género. Saber indentificarlos en nosotras mismas hace parte del proceso de deconstrucción en el que estamos constantemente al tiempo que son señales de alerta cuando entramos en una relación potencialmente tóxica con un macho posesivo.
¿En qué momentos de tu vida has sentido estos machismos? ¿Qué tanto sientes que los has naturalizado?
Notas y referencias
1Luisa Martín Roja, lingüista española.
Publicado en Inmorale
Comments